“La juventud es la intermediación de la relación familia-educación-trabajo”, relativizando así la edad en la que se pertenece a ellas, por cuanto dicha interacción genera una “etapa de la vida dedicada a la preparación para el ejercicio de los roles ocupacionales y familiares adultos”
(González & Caicedo, 1995)“. “El concepto juventud deberá, entonces, ser entendido en un sentido amplio y dinámico, pero no por ello ambiguo: joven es todo aquel o toda aquella a quien la sociedad en la cual vive considera como tal, pero también quien vive como tal, en tanto que posee
un imaginario juvenil, es decir, un conjunto de creencias —más o menos cambiantes— que le permiten asignarle sentido al mundo, partiendo de los “datos” básicos de la cultura occidental contemporánea: la existencia de un entorno urbano como marco de referencia (o, al menos, como marco de proyección), una cierta fidelidad a los medios de comunicación de masas, una determinada regularidad de las prácticas sociales, de los usos del lenguaje y de los rituales no-verbales fundamentales. La juventud es,
al mismo tiempo, un programa y un resultado que nace y se dirige a la cultura” (Alba, 1997, p. 101).
El sociólogo francés Alain Touraine inicia su escrito sobre la desmodernización con la siguiente sentencia: «ya no creemos en el progreso»; esta idea demarca con claridad el sentido de la expresión desmodernización, en tanto pone en cuestión el fundamento simbólico del logocentrismo occidental, es decir, el conjunto de representaciones colectivas que permitieron la emergencia del proyecto civilizatorio moderno.
La idea de progreso comprendida como la secularización del ideal cristiano de llegada al paraíso, implica, en el contexto civilizatorio occidental, la apuesta por ideales de perfectibilidad anclados a las visiones etnocéntricas de las sociedades –estados nacionales de la Europa Occidental, cuyo basamento común es la reivindicación de la sociedad industrial, las formas «democráticas» de lo político y la formación del individuo.
El ideal de la sociedad industrial se encuentra articulado a la producción científica de los pensadores modernos de lo social, por ejemplo, en las propuestas de Augusto Comte., sobre la reorganización-regeneración social, se enuncia, como la principal serie de trabajos, la ubicación de los saberes positivos como centro de la dirección teórica de la práctica, y en la acción concreta, la configuración de realidades «civilizatorias» industriales. Para Émile Durkheim , en sus planteamientos acerca de la división del trabajo social, el ideal de progreso social se encuentra articulado a un proceso complejo de descentramiento de conciencias colectivas, con lo cual se daba origen a representaciones colectivas encargadas de dotar de sentido a acciones productivas concretas y especializadas, sin las cuales no se podría pensar en la consolidación del sistema económico capitalista. Al igual que estos teóricos de lo social, se encuentran misioneros de los nuevos tiempos modernos como Herbert Spencer y el mismo Marx y su antropología del trabajo industrial.
El común denominador de estos autores será la plena confianza en el ideal de perfeccionamiento social basado en el desarrollo de la capacidad productiva industrial del ser humano.
El ideal político de la sociedad democrática se centra en el principio jacobino de cierto consensualismo que permite, dada su configuración participativa, la erradicación de formas autoritarias de poder político. La participación será la representación colectiva central en la legitimación del poder político en sociedades que se denominen democráticas, lo cual conlleva la apuesta por la existencia de cierta capacidad de elección de los sujetos en los planos económicos y políticos. Los autores del liberalismo –como Adam Smith, David Ricardo, Stuart Mill y Jeremy Bentham– logran proponer rutas económico-políticas de gran historicidad en Occidente, bajo la égida del utilitarismo y el supuesto de la búsqueda de la satisfacción de las necesidades individuales y su impacto «positivo» en el bien común (Hampsher-Monk, 1996).
Si consideramos La anomia, en cuanto no-acogimiento de ciertas representaciones colectivas y búsqueda de resignificaciones, da paso a la autoalteración de los mundos de vida en lo micro y a la redefinición de los órdenes de vida en lo macro, es decir, posibilita la transformación y la renovación social. Los jóvenes y sus dinámicas bien podrían estar actuando como «agentes reguladores de la vida social», al descentrar representaciones colectivas y deconstruír ciertas sugestiones propias del orden social existente: la creencia en la sociedad del trabajo y su promesa del pleno empleo, la fe en el desarrollo científico, el respeto por el poder político, el acogimiento de las estrategias de socialización y reproducción cultural existentes, aunque sin abandonar y re significar estructuras de significación devenidas del consumo.
Tenemos que las tribus urbanas surgen precisamente del «ya no creemos en el progreso», está sociedad nos ha fallado, somos invisibles y gritamos por atención y oportunidades.
Las cifras de jóvenes en nuestro país que se encuentran en dicha postura son alarmantes. Si como sociedad responsable no comenzamos a tomar acción y medidas el futuro que se vislumbra podría antojarse aterrador.
Se pueden comprender ciertas dinámicas colectivas juveniles, en Europa el movimiento OKUPA como búsquedas de medios alternativos para la concreción de los idearios propios de los jóvenes, idearios resignificados a partir de lo socialmente disponible, estos jóvenes quienes ocupan predios abandonados y de forma organizada los transforman manualmente para convertirlos en centros culturales, escuelas de circo, salas de conciertos y demás dinámicas colectivas juveniles que podrían implicar formas alternativas de búsqueda de satisfacción de fines culturales establecidos, mediante medios sociales alternativos, o la configuración de nuevos fines culturales.
(González & Caicedo, 1995)“. “El concepto juventud deberá, entonces, ser entendido en un sentido amplio y dinámico, pero no por ello ambiguo: joven es todo aquel o toda aquella a quien la sociedad en la cual vive considera como tal, pero también quien vive como tal, en tanto que posee
un imaginario juvenil, es decir, un conjunto de creencias —más o menos cambiantes— que le permiten asignarle sentido al mundo, partiendo de los “datos” básicos de la cultura occidental contemporánea: la existencia de un entorno urbano como marco de referencia (o, al menos, como marco de proyección), una cierta fidelidad a los medios de comunicación de masas, una determinada regularidad de las prácticas sociales, de los usos del lenguaje y de los rituales no-verbales fundamentales. La juventud es,
al mismo tiempo, un programa y un resultado que nace y se dirige a la cultura” (Alba, 1997, p. 101).
El sociólogo francés Alain Touraine inicia su escrito sobre la desmodernización con la siguiente sentencia: «ya no creemos en el progreso»; esta idea demarca con claridad el sentido de la expresión desmodernización, en tanto pone en cuestión el fundamento simbólico del logocentrismo occidental, es decir, el conjunto de representaciones colectivas que permitieron la emergencia del proyecto civilizatorio moderno.
La idea de progreso comprendida como la secularización del ideal cristiano de llegada al paraíso, implica, en el contexto civilizatorio occidental, la apuesta por ideales de perfectibilidad anclados a las visiones etnocéntricas de las sociedades –estados nacionales de la Europa Occidental, cuyo basamento común es la reivindicación de la sociedad industrial, las formas «democráticas» de lo político y la formación del individuo.
El ideal de la sociedad industrial se encuentra articulado a la producción científica de los pensadores modernos de lo social, por ejemplo, en las propuestas de Augusto Comte., sobre la reorganización-regeneración social, se enuncia, como la principal serie de trabajos, la ubicación de los saberes positivos como centro de la dirección teórica de la práctica, y en la acción concreta, la configuración de realidades «civilizatorias» industriales. Para Émile Durkheim , en sus planteamientos acerca de la división del trabajo social, el ideal de progreso social se encuentra articulado a un proceso complejo de descentramiento de conciencias colectivas, con lo cual se daba origen a representaciones colectivas encargadas de dotar de sentido a acciones productivas concretas y especializadas, sin las cuales no se podría pensar en la consolidación del sistema económico capitalista. Al igual que estos teóricos de lo social, se encuentran misioneros de los nuevos tiempos modernos como Herbert Spencer y el mismo Marx y su antropología del trabajo industrial.
El común denominador de estos autores será la plena confianza en el ideal de perfeccionamiento social basado en el desarrollo de la capacidad productiva industrial del ser humano.
El ideal político de la sociedad democrática se centra en el principio jacobino de cierto consensualismo que permite, dada su configuración participativa, la erradicación de formas autoritarias de poder político. La participación será la representación colectiva central en la legitimación del poder político en sociedades que se denominen democráticas, lo cual conlleva la apuesta por la existencia de cierta capacidad de elección de los sujetos en los planos económicos y políticos. Los autores del liberalismo –como Adam Smith, David Ricardo, Stuart Mill y Jeremy Bentham– logran proponer rutas económico-políticas de gran historicidad en Occidente, bajo la égida del utilitarismo y el supuesto de la búsqueda de la satisfacción de las necesidades individuales y su impacto «positivo» en el bien común (Hampsher-Monk, 1996).
Si consideramos La anomia, en cuanto no-acogimiento de ciertas representaciones colectivas y búsqueda de resignificaciones, da paso a la autoalteración de los mundos de vida en lo micro y a la redefinición de los órdenes de vida en lo macro, es decir, posibilita la transformación y la renovación social. Los jóvenes y sus dinámicas bien podrían estar actuando como «agentes reguladores de la vida social», al descentrar representaciones colectivas y deconstruír ciertas sugestiones propias del orden social existente: la creencia en la sociedad del trabajo y su promesa del pleno empleo, la fe en el desarrollo científico, el respeto por el poder político, el acogimiento de las estrategias de socialización y reproducción cultural existentes, aunque sin abandonar y re significar estructuras de significación devenidas del consumo.
Tenemos que las tribus urbanas surgen precisamente del «ya no creemos en el progreso», está sociedad nos ha fallado, somos invisibles y gritamos por atención y oportunidades.
Las cifras de jóvenes en nuestro país que se encuentran en dicha postura son alarmantes. Si como sociedad responsable no comenzamos a tomar acción y medidas el futuro que se vislumbra podría antojarse aterrador.
Se pueden comprender ciertas dinámicas colectivas juveniles, en Europa el movimiento OKUPA como búsquedas de medios alternativos para la concreción de los idearios propios de los jóvenes, idearios resignificados a partir de lo socialmente disponible, estos jóvenes quienes ocupan predios abandonados y de forma organizada los transforman manualmente para convertirlos en centros culturales, escuelas de circo, salas de conciertos y demás dinámicas colectivas juveniles que podrían implicar formas alternativas de búsqueda de satisfacción de fines culturales establecidos, mediante medios sociales alternativos, o la configuración de nuevos fines culturales.
Tenemos opciones, tenemos voluntades, solo buscamos OPORTUNIDADES.
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